En la
actualidad hay incontables postulados sobre qué cosas el ser humano debe comer,
sobre las que debe evitar ó qué hábitos alimenticios adoptar.
Esta nota
está apuntada a todos los interesados en alimentarse inteligentemente,
siguiendo bases científicas y evitando modas, tendencias y ridículas dietas que
terminan por malograr los objetivos deseados y en definitiva, nuestra salud.
Para
comprender éstas, primero hay que interiorizarse en otras más primordiales: las
bases de la selección natural. Sin estas últimas, las primeras carecen de
sustento y terminan siendo un sinsentido.
Veamos de
qué hablamos cuando hablamos de selección natural.
Charles
Darwin, en su obra fundamental, El origen
de las especies, publicada en 1859, estableció que la explicación de la
diversidad que se observa en la naturaleza se debe a las modificaciones
acumuladas por la evolución a lo largo de las sucesivas generaciones. Esta
explicación, con el correr de los tiempos –y la ayuda de los medios de
comunicación que, en ciertas ocasiones, analizan temas científicos de manera
liviana con el fin de lograr llegar a más gente– fue deformada, malinterpretada o, en el mejor de los casos,
acotada.
Intentemos
entender de qué hablaba Darwin y de qué rotundamente no hablaba.
Cuando
hablamos de selección natural, se nos viene a la mente la palabra evolución, que pareciera
como si evocara alguna clase de voluntad por parte de los seres vivos de hacer
algo activamente para mejorarse a sí mismos. Lo cierto es que no existe
actividad alguna orientada a dicho fin, no hay proceso adrede. La evolución no
es un proceso activo que requiera de la capacidad de una determinada especie
para “hacer” ciertas cosas en orden a autosuperarse. Esta es una noción
errónea, casi tierna e ingenua. Pensar esto es directamente personificar a la
evolución.
Imagen: "Querido, estás evolucionando muy rápido... Andá más despacio o te va a dar un paro cardíaco".
Este proceso, para desilusión de los espíritus nostálgicos o románticos, no tiene nada que ver con la autosuperación, sino con –perdóneseme la expresión- repútisimas casualidades. Sí, casualidades.
Estas casualidades, en biología, se llaman mutaciones.
Este proceso, para desilusión de los espíritus nostálgicos o románticos, no tiene nada que ver con la autosuperación, sino con –perdóneseme la expresión- repútisimas casualidades. Sí, casualidades.
Estas casualidades, en biología, se llaman mutaciones.
El código genético de los seres vivos es verdadero manual de operaciones para realizar todos los procesos necesarios para la vida y para engendrar nueva vida.
Este
código, está expresado por combinaciones de nucleótidos (adenina, guanina,
timina y citosina) dando así incontables patrones de información que se agrupan
en genes. Como ocurre con todas las sustancias orgánicas, éstas son
susceptibles a presentar variaciones ante cambios del medioambiente.
Agentes
químicos y radiaciones (como los rayos ultravioleta) son capaces de ingresar en el
núcleo de la célula y modificar dicha información. Es entonces cuando hablamos
de mutaciones, de pequeños cambios en la información genética.
Esto, de
hecho, ocurre todo el tiempo, sólo que los cambios no son tan grandes como para
que se traduzcan en un cambio relevante en la conformación de un individuo.
Ahora bien,
supongamos que por una mutación, una mosca negra engendrara una blanca. Ésta
sería la primera de su generación en ser distinta a las demás. ¿Tendría alguna
ventaja sobre sus pares negras? A simple vista, no. Pero pensemos si estas
moscas vivieran en climas muy fríos, donde gran parte del año la nieve cubriese
su hábitat. Pues ahora la mosca blanca quedaría camuflada entre la nieve
teniendo mucha más posibilidad de sobrevivir ya que a sus depredadores les
sería más difícil cazarla.
Al tener
más posibilidad de sobrevivir, también tendría más posibilidad de tener
descendencia y ésta, muy probablemente arrastraría la mutación y también sería
blanca.
Estaríamos
ante la presencia de una nueva subespecie de moscas blancas que tendrían
ventaja sobre sus cohabitantes negras.
Podríamos
preguntarnos ¿la mosca hizo algo para
superarse? La respuesta es no, simplemente fue una putísima casualidad que,
coincidiendo con un medioambiente favorable a su mutación, le dio ventaja sobre
las demás.
¿Y por qué putísima casualidad? Pues bien, porque la
mutación podría haber hecho que la mosca fuera roja lo cual hubiera
representado una desventaja y hubiera sido incluso más vistosa para los
depredadores, o la mutación podría haber hecho que naciera con una tercera ala
totalmente afuncional, atrofiada, imposibilitándola de volar.
Podría
resumirse que eso que nos gusta llamar evolución, es simplemente una selección,
una coincidencia de mutación y medioambiente, un error acertado.
Pero si
vamos más allá, veremos que las casualidades son aún más grandes, porque de
millones y millones de mutaciones, con suerte una es beneficiosa para el
individuo.
Ahora cabe
preguntarse como es que un pez llegó a
ser un perro si esto de las casualidades es un hecho tan escaso y
escurridizo en la naturaleza. La respuesta resumida es que son tantos los
millones de años de “evolución” de la vida en la Tierra que, aunque los errores acertados sean escasísimos, en sumatoria
son muchísimos.
Esta sumatoria, al fin y al cabo, termina siendo un cambio cualitativo pues si bien se mira –y a los físicos teóricos les encanta esto- cuando uno se detiene a observar una “cualidad” que diferencie una cosa de otra, termina resultando que lo cualitativo no es más que un gran cambio cuantitativo.
Esta sumatoria, al fin y al cabo, termina siendo un cambio cualitativo pues si bien se mira –y a los físicos teóricos les encanta esto- cuando uno se detiene a observar una “cualidad” que diferencie una cosa de otra, termina resultando que lo cualitativo no es más que un gran cambio cuantitativo.
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